Se para la carroza. Baja el Sordo.
Se aparta del camino, al lateral,
y torpe, como está, en el varal
apoya inseguro el cuerpo gordo.
De orinar acaba, el recio tordo:
chorro espeso de abundoso caudal.
Se vuelve. Pone el pie en el pedal;
tose, escupe un pollo y ya está a bordo.
La vieja en la carroza no se mueve;
el niño en su regazo hace un leve
espasmo, suspira y torna al sueño.
A poco ya se pierde entre la nieve
la carroza tras la parada breve;
en ella, huraño, Goya frunce el ceño.
Camino a su destierro “voluntario” y donde morirá. Maravilloso como siempre.
ResponderEliminarMi querido amigo: tu lectura me honra. Gracias.
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