Palpitaban los últimos latidos:
doscientos inocentes en las vías.
Entonces se afanaban las arpías,
apenas callados los estallidos:
mensajes que sonaban a alaridos
en el más desdichado de los días,
la más atroz de las carnicerías,
“¡Pásalo!”, urgían los malnacidos.
Los años sí han pasado perezosos
y el tiempo dejando ha ido caer
sus posos sobre tan indigno ayer;
mas no han sido bastante tales posos
para impedir en rubor encender
cada rayo de cada atardecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario